domingo, 27 de mayo de 2018

27-05-2018


Ella es la única chica que cuando nos encontramos solos, me late el corazón. Y es extraño, por que ambos nos pasa lo mismo, pero nunca nos decimos nada. Yo se que ella sabe que no estoy preparado para establecer una relación, que solo estoy pasándola bien. Y yo se que ella jamas hará nada sin estar completamente segura, que he decidido amarla. A veces pienso que es posible. Pero luego pienso que seria una distracción para lo que estoy construyendo. Pero quien sabe. Por el momento, solo disfruto besarla en la mejilla, y ella en la mía (ademas que esta pololeando, la muy coqueta jaja). 


Camila Moreno Concierto Cierre de Escenarios (La Eve apañando!)

Amo el dolor y la niña en sus ojos, como escoge sus atuendos, su voz, la manera en que siente, la forma de su pensar: Camila te amo 😌 
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Día del patrimonio en el cementerio de Quilicura...es un mundo tan tranquilo, hermoso, pero triste a la vez...lleno de objetos cargados de amor, esperanza, anhelo y dolor...el amor es lo único que traspasa el tiempo y el espacio. Ahora me quedo con solo una pregunta y problema ¿somos esclavos de la memoria?. Espero contestarla antes de cruzar, hacia donde están todo los que hoy visite. 


Soltería!


He estado con muchas mujeres, cada una tan diferente como la otra. Y me "encantan"...pero siempre terminan enamorándose...quizás esa sea también una razón por la que con Maite no doy el siguiente paso: para evitarme la "fomedad" a que se enamore primero, y no al mismo tiempo (como me paso con Pamela que ella se enamoro, y a mi no me paso lo mismo). La soltería es algo exquisito, pero me he prometido a mi mismo no jugar con los corazones de las personas. Por que no quiero tener un corazón roto en mis manos: mi paso es, y sera, fugaz en sus universos. Sin embargo, es igual de intenso, como cuando la estrella entra a la tierra! :3





martes, 1 de mayo de 2018

01-05-2018

Una Visita de Celeste

Es divertido que me digan "El soltero mas codiciado de Quilicura". Y lo es mas cuando te importa en lo mas mínimo. Es tragi/cómico ver como mujeres con pareja te coquetean. Incluso, en los ojos de la mujer mas "libre" veo a alguien extraviado. Es inevitable no hacerle daño a alguien, pero si se es evitable engañar y mentir. Yo me libero de toda culpa ya que voy con mi verdad para quien quiera tomarla si así me desea. Por que en ese aspecto, me he liberado de toda dualidad; me es natural. El amor? El amor no es algo que me preocupe, por que llevo mucho en mi. Un nuevo amor sera en su momento y ahí estaré para moldearme, fusionarme, y crecer/evolucionar.

Estoy satisfecho en mi trabajo, me estoy desempeñando en áreas que me agradan y me hacen crecer. Me he percatado que no es necesario gastar 6 millones de pesos en un "Magister en Animación" en Europa, ya que todo lo que necesito estudiar, esta en la web gratis, y en cursos que no superan los 60 mil pesos cada uno (este mes voy por 2 o 3). He incluso, de esta forma, quedas muchísimo mas pulido, ya que enfatizas tus especialidades. Creo que mi intención no es viajar para estudiar, si no mas bien, estudiar para viajar. Por que mi deseo es poder ser lo suficientemente hábil, como para trabajar en cualquier lugar del planeta que se me plazca (como cuando cambiaba de colegio todos los años mientras cursaba la media: solo por que podía)

Bese unos nuevos labios...y me parecieron los mas exquisitos que he probado en mucho tiempo. El problema de ella: es muy de caer fácil en el romance "shakesperiano". Y no es que me desagrade particularmente ese estado, pero si lo hace cuando es demasiado rápido, o cuando no me importa. Los besare lo suficiente como para cuando me tenga que ir, los pueda describir en mi libro, en mi historia.

La chica del sexo épico comenzó a sacar las garras. Sin embargo, le duraron re poco. Ella sabe que yo no quiero amor. Pero en algún momento le importara mas que hoy. Todo viene y va. Yo solo tomo lo que puedo tomar.

La Filosofía y los nacidos- Francisco Díez Fischer

Desde la perspectiva de nuestra memoria, el nacimiento es una de esas incómodas ausencias presentes en su faltar, pues “por raro que pueda sonar, esta historia mía empieza con mi ausencia o, dicho más prudentemente, con la ausencia de mi recuerdo y bajo la pérdida de mi conciencia de haber estado presente”. Aunque yo, como héroe de mi historia, exija haber estado de alguna manera para dar fe de mi visita en este mundo, todo nacimiento da siempre la impresión de ser tratado “de una forma tan grosera y desmemoriada por su propia conciencia que parecería que ustedes son un don nadie que tras venir del Sur una noche atraviesan furtivamente y sin papeles la frontera” hacia la existencia. La conciencia no da ceremonias de recibimiento ni levanta monumentos en el lugar de la entrada de su protagonista. Para ella, el viaje por el que se traspasa el umbral tuvo, tiene y tendrá lugar en la oscuridad. Carga con esa incomodidad de la memoria de no poder llegar hasta su comienzo y de tener que edificar y sostener toda su historia sobre un suelo “inmemorial” para sí misma. La condición de posibilidad del recuerdo es precisamente aquello “tan antiguo, que no hay memoria de cuándo empezó”. Inmemorial es nuestro propio nacimiento que la memoria de otros narra para nosotros. Pues no sólo llegamos al mundo con la obra ya empezada y con la ayuda de acomodadores, sino que, en lo que respecta a nuestros primeros momentos en la escena del mundo, también somos mudos espectadores. Desde el primer instante de vida, en el útero materno y aún en las primeras hojas de la infancia, los recuerdos de otros son los que escriben el principio de nuestra historia con tatuajes de un color imborrable que cuentan, como dice Agustín de Hipona, “aquella edad que no recuerdo haber vivido y sobre la cual he creído a otros”. El fenómeno de una vida que se comprende a sí misma tiene, entonces, no sólo el problema de la laguna y oscuridad de su comienzo, sino, sobre todo, el problema de que, lo que puede saber de él, debe alimentarse de historias que ha oído contar a familiares. Folletines retrospectivos que, de alguna manera, encubren ese horror vacui de que justo en el momento de su entrada en la escena de la existencia, la noche del estreno, el sujeto que dice “yo” aún no estaba presente.

El libro de arena- Jorge Luis Borgues

La línea consta de un número infinito de puntos; el plano, de un número infinito de líneas; el volumen, de un número infinito de planos; el hipervolumen, de un número infinito de volúmenes... No, decididamente no es éste, el mejor modo de iniciar mi relato. Afirmar que es verídico es ahora una convención de todo relato fantástico; el mío, sin embargo, es verídico.

Yo vivo solo, en un cuarto piso de la calle Belgrano. Hará unos meses, al atardecer, oí un golpe en la puerta. Abrí y entró un desconocido. Era un hombre alto, de rasgos desdibujados. Acaso mi miopía los vio así. Todo su aspecto era de pobreza decente. Estaba de gris y traía una valija gris en la mano. En seguida sentí que era extranjero. Al principio lo creí viejo; luego advertí que me había engañado su escaso pelo rubio, casi blanco, a la manera escandinava. En el curso de nuestra conversación, que no duraría una hora, supe que procedía de las Orcadas.

Le señalé una silla. El hombre tardó un rato en hablar. Exhalaba melancolía, como yo ahora.

—Vendo biblias —me dijo.

No sin pedantería le contesté:

—En esta casa hay algunas biblias inglesas, incluso la primera, la de John Wiclif. Tengo asimismo la de Cipriano de Valera, la de Lutero, que literariamente es la peor, y un ejemplar latino de la Vulgata. Como usted ve, no son precisamente biblias lo que me falta.

Al cabo de un silencio me contestó.

—No sólo vendo biblias. Puedo mostrarle un libro sagrado que tal vez le interese. Lo adquirí en los confines de Bikanir.

Abrió la valija y lo dejó sobre la mesa. Era un volumen en octavo, encuadernado en tela. Sin duda había pasado por muchas manos. Lo examiné; su inusitado peso me sorprendió. En el lomo decía Holy Writ y abajo Bombay.

—Será del siglo diecinueve —observé.

—No sé. No lo he sabido nunca —fue la respuesta.

Lo abrí al azar. Los caracteres me eran extraños. Las páginas, que me parecieron gastadas y de pobre tipografía, estaban impresas a dos columnas a la manera de una biblia. El texto era apretado y estaba ordenado en versículos. En el ángulo superior de las páginas había cifras arábigas. Me llamó la atención que la página par llevara el número (digamos) 40.514 y la impar, la siguiente, 999. La volví; el dorso estaba numerado con ocho cifras. Llevaba una pequeña ilustración, como es de uso en los diccionarios: un ancla dibujada a la pluma, como por la torpe mano de un niño.

Fue entonces que el desconocido me dijo:

—Mírela bien. Ya no la verá nunca más.

Había una amenaza en la afirmación, pero no en la voz.

Me fijé en el lugar y cerré el volumen. Inmediatamente lo abrí. En vano busqué la figura del ancla, hoja tras hoja. Para ocultar mi desconcierto, le dije:

—Se trata de una versión de la Escritura en alguna lengua indostánica, ¿no es verdad?

—No —me replicó.

Luego bajó la voz como para confiarme un secreto:

—Lo adquirí en un pueblo de la llanura, a cambio de unas rupias y de la Biblia. Su poseedor no sabía leer. Sospecho que en el Libro de los Libros vio un amuleto. Era de la casta más baja; la gente no podía pisar su sombra, sin contaminación. Me dijo que su libro se llamaba el Libro de Arena, porque ni el libro ni la arena tienen ni principio ni fin.

Me pidió que buscara la primera hoja.

Apoyé la mano izquierda sobre la portada y abrí con el dedo pulgar casi pegado al índice. Todo fue inútil: siempre se interponían varias hojas entre la portada y la mano. Era como si brotaran del libro.

—Ahora busque el final.

También fracasé; apenas logré balbucear con una voz que no era la mía:

—Esto no puede ser.

Siempre en voz baja el vendedor de biblias me dijo:

—No puede ser, pero es. El número de páginas de este libro es exactamente infinito. Ninguna es la primera; ninguna, la última. No sé por qué están numeradas de ese modo arbitrario. Acaso para dar a entender que los términos de una serie infinita admiten cualquier número.

Después, como si pensara en voz alta:

—Si el espacio es infinito estamos en cualquier punto del espacio. Si el tiempo es infinito estamos en cualquier punto del tiempo.

Sus consideraciones me irritaron. Le pregunté:

—¿Usted es religioso, sin duda?

—Sí, soy presbiteriano. Mi conciencia está clara. Estoy seguro de no haber estafado al nativo cuando le di la Palabra del Señor a trueque de su libro diabólico.

Le aseguré que nada tenía que reprocharse, y le pregunté si estaba de paso por estas tierras. Me respondió que dentro de unos días pensaba regresar a su patria. Fue entonces cuando supe que era escocés, de las islas Orcadas. Le dije que a Escocia yo la quería personalmente por el amor de Stevenson y de Hume.

—Y de Robbie Burns —corrigió.

Mientras hablábamos yo seguía explorando el libro infinito. Con falsa indiferencia le pregunté:

—¿Usted se propone ofrecer este curioso espécimen al Museo Británico?

—No. Se lo ofrezco a usted —me replicó, y fijó una suma elevada.

Le respondí, con toda verdad, que esa suma era inaccesible para mí y me quedé pensando. Al cabo de unos pocos minutos había urdido mi plan.

—Le propongo un canje —le dije—. Usted obtuvo este volumen por unas rupias y por la Escritura Sagrada; yo le ofrezco el monto de mi jubilación, que acabo de cobrar, y la Biblia de Wiclif en letra gótica. La heredé de mis padres.

—A black letter Wiclif! —murmuró.

Fui a mi dormitorio y le traje el dinero y el libro. Volvió las hojas y estudió la carátula con fervor de bibliófilo.

—Trato hecho —me dijo.

Me asombró que no regateara. Sólo después comprendería que había entrado en mi casa con la decisión de vender el libro. No contó los billetes, y los guardó.

Hablamos de la India, de las Orcadas y de los jarls noruegos que las rigieron. Era de noche cuando el hombre se fue. No he vuelto a verlo ni sé su nombre.

Pensé guardar el Libro de Arena en el hueco que había dejado el Wiclif, pero opté al fin por esconderlo detrás de unos volúmenes descabalados de Las mil y una noches.

Me acosté y no dormí. A las tres o cuatro de la mañana prendí la luz. Busqué el libro imposible, y volví las hojas. En una de ellas vi grabada una máscara. El ángulo llevaba una cifra, ya no sé cuál, elevada a la novena potencia.

No mostré a nadie mi tesoro. A la dicha de poseerlo se agregó el temor de que lo robaran, y después el recelo de que no fuera verdaderamente infinito. Esas dos inquietudes agravaron mi ya vieja misantropía. Me quedaban unos amigos; dejé de verlos. Prisionero del Libro, casi no me asomaba a la calle. Examiné con una lupa el gastado lomo y las tapas, y rechacé la posibilidad de algún artificio. Comprobé que las pequeñas ilustraciones distaban dos mil páginas una de otra. Las fui anotando en una libreta alfabética, que no tardé en llenar. Nunca se repitieron. De noche, en los escasos intervalos que me concedía el insomnio, soñaba con el libro.

Declinaba el verano, y comprendí que el libro era monstruoso. De nada me sirvió considerar que no menos monstruoso era yo, que lo percibía con ojos y lo palpaba con diez dedos con uñas. Sentí que era un objeto de pesadilla, una cosa obscena que infamaba y corrompía la realidad.

Pensé en el fuego, pero temí que la combustión de un libro infinito fuera parejamente infinita y sofocara de humo al planeta.

Recordé haber leído que el mejor lugar para ocultar una hoja es un bosque. Antes de jubilarme trabajaba en la Biblioteca Nacional, que guarda novecientos mil libros; sé que a mano derecha del vestíbulo una escalera curva se hunde en el sótano, donde están los
periódicos y los mapas. Aproveché un descuido de los empleados para perder el Libro de Arena en uno de los húmedos anaqueles. Traté de no fijarme a qué altura ni a qué distancia de la puerta.

Siento un poco de alivio, pero no quiero ni pasar por la calle México

Imágenes que me resultaron divertidas








Pegadisimo con estas volas 

























Encargo para NoiseHead




Modelado para proyecto "Escuela Abierta al Barrio" (sacando lo oxidado en el 3d)